miércoles, 25 de junio de 2008

Paracas Submarino

Por: Yuri Hooker

Un mundo submarino a orillas del desierto:
Mientras se camina por los desiertos interminables de Paracas, llenos de todos los colores que un desierto puede tener, surge la sensación de nuestra pequeñez en un mundo sin agua donde el desierto se impone. La vida aquí apenas se asoma entre la arena, la cual tal vez un zorro la logre atravesar, mientras algunas lagartijas se esfuerzan por robar la humedad de los pocos insectos que pueden encontrar. Lánguidas plantas, difíciles de saber si están vivas o secas, asoman entre las dunas. Aquí la arena y el viento lo dominan todo.

Más allá, reverberante, aparece en el horizonte, como un espejismo, la orilla del mar. Aquí es donde el mundo se transforma: cientos de aves corren por la orilla, muchas más vuelan sobre el mar y se lanzan sobre él, a lo lejos, desde algún islote o playa escondida en la península, las fuertes voces de los lobos marinos retumban en el aire como llamados de antiguos navegantes perdidos en el tiempo. Aquí empieza a ser evidente la vida, pero solo mirando bajo la superficie del mar se podrá saber que es lo que esconde Paracas para quienes realmente la quieran conocer.

Bajo el agua, Paracas presenta casi todos los tipos de hábitats submarinos y comunidades biológicas de las costas bañadas por la Corriente Peruana (mal llamada corriente de Humboldt). La disponibilidad de estos refugios permite tener representadas en Paracas a casi todas las especies costeras del gran ecosistema de Humboldt.

El mar de Paracas es, además, excepcionalmente productivo, en especial la bahía Independencia, considerada una de las áreas más productivas del mundo, donde prosperan gigantescos bancos naturales de choros, caracol, conchas de abanico y almejas. La productividad se debe a un fenómeno producido por la gran diferencia de temperaturas entre el candente desierto, y las frías aguas del mar, lo que deriva en bruscos cambios de presión atmosférica que se reflejan en los fuertes vientos llamados “paraca”. Las aguas superficiales son arrastradas por el viento y se profundizan mientras grandes masas de aguas profundas son llevadas hasta la superficie cargadas de nutrientes, en un fenómeno llamado “afloramiento”. La fertilización de las aguas superficiales permite la proliferación excepcional del plancton, mientras que los fondos poco profundos son cubiertos por extensas praderas de algas. Tanto el plancton como las algas del fondo son el primer eslabón de la cadena trófica, de los cuales se alimentarán cientos de otras especies.

Las anchovetas son una de las especies que más depende del plancton. Se desplazan en gigantescos cardúmenes compuestos por millones de pececillos que nadan velozmente con las bocas abiertas para permitir el paso del agua, cargada de plancton, mientras la filtran entre sus branquias. Tras ellos, miles de aves y lobos marinos siguen el rastro, alimentándose frenéticamente de los aparentemente inagotables peces.

Lejos de allí, en las islas de Paracas, otros miles de lobos marinos y aves guaneras descansan después del banquete. En las orillas, mientras una nutria retoza en el agua atrapada entre las rocas al bajar la marea, algunos cormoranes bucean en busca de peces que escapan entre las gigantescas algas que rodean la isla.

Bosques bajo las olas:

En mares de aguas templadas y frías, las algas son especialmente abundantes y diversas, y Paracas no es la excepción. Se estima que aquí habitan unas 300 especies de macroalgas, muchas de las cuales son raras, solitarias o muy pequeñas para ser fácilmente encontradas, sin embargo algunas forman extensas praderas y bosques, dependiendo de la envergadura de la planta, constituyéndose como alimento de cientos de especies y un hábitat de gran importancia ecológica.

En las orillas poco profundas de algunos sectores (como los comprendidos entre el Museo de sitio y El Sequión en bahía Paracas, las orillas de la parte norte de bahía Independencia y la bella bahía Mendieta), la naturaleza a sembrado la mayor diversidad de algas de toda la Reserva. En aguas un poco más profundas y correntosas de islas y bahías, la diversidad de algas es reemplazada por la abundancia, floreciendo los bosques de gigantescas algas.

Los bosques submarinos de algas gigantes cubren los fondos rocosos poco profundos de las islas e islotes y gran parte de las áreas rocosas de la bahía Independencia. Las zonas más expuestas al oleaje están cubiertas por el aracanto (Lessonia trabeculata y L. nigressens), algas pardas de tallo grueso y resistente que llegan a medir unos 6 m de largo y son, en conjunto, las más abundantes de nuestro litoral.

En lugares más protegidos del oleaje, crecen, exuberantes, Macrocystis pyrifera y M. integrifolia, conocidas comúnmente como sargazo (aunque este no es un nombre apropiado, porque los verdaderos sargazos no existen en el Perú). Estas algas son las más grandes que se conocen y forman un ecosistema especial donde existen muchas especies que solo viven en aquel hábitat. En los alrededores de la isla Independencia (o La Vieja, según los pescadores), las Macrocystis sobrepasan fácilmente los 20 metros de largo. Las algas, en su necesidad de alcanzar la luz que necesitan para sobrevivir, permanecen erguidas, elevándose sobre el fondo marino hasta alcanzar la superficie, gracias a unas estructuras como flotadores llenos de gas que tienen en las bases de sus hojas. La densidad y envergadura del hábitat, lo convierten en verdaderos bosques submarinos.

La exuberancia de las frondas y el movimiento producido por el oleaje, convierten al bosque de algas en un gigante viviente que trata de ocultar en sus entrañas a las criaturas que protege. Aquí, al igual que en los bosques terrestres, infinidad de organismos, desde los microscópicos hasta los grandes depredadores, se interrelacionan en procesos de competencia, convivencia o depredación en busca de alcanzar el equilibrio ecológico, que asegura la permanencia en el tiempo de todo el ecosistema.

En el bosque submarino, sobre la espesura de las algas, revolotean como mariposas cientos de pequeños peces castañuela (Chromis crusma), que se alimentan de animalejos del plancton. No lo hacen filtrando el agua, sino, capturándolos uno por uno. En los espacios libres que se crean entre los tallos de las algas, a modo de túneles y canales, las pintadillas (Cheilodactylus variegatus) forman grupos desordenados mientras observan entre las rocas a los distraídos crustáceos que serán su alimento. Sobre el fondo, los trambollos (Labrisomus philippii) con sus grandes ojos azules y las mejillas llenas de manchas del mismo color, protegen con ansiedad los pedazos de roca donde están adheridos sus huevecillos. Ocultos entre las rocas, el cherlo (Acanthistius pictus) asecha a los crustáceos que apetece, aunque algún pequeño pez no será rechazado como almuerzo. Las puntas de las hojas y los retoños de las abundantes algas también serán el vegetariano banquete de las jerguillas (Aplodactylus punctatus) un pez herbívoro, característico de estos bosques.

Entre los rizoides (un tipo de raíces con las cuales se fijan a las rocas) se encuentra un mundo en miniatura conformado por las especies más pequeñas de crustáceos, moluscos, gusanos y equinodermos. Viven ahí como en su propio microcosmos, con su propia dimensión y tiempo. Formando parte de esta comunidad, los juveniles pequeños de muchos mariscos comerciales crecen, protegidos en las sombras del bosque. Cuando grandes, muchos migrarán hacia zonas más expuestas y otros seguirán viviendo y reproduciéndose en la espesura de su refugio.

Verdes praderas

Las macroalgas no son los únicos vegetales que forman praderas submarinas. Uno de los hábitats más peculiares y prácticamente desconocido (pues ni siquiera aparece mencionado en los documento oficial sobre la Reserva Nacional de Paracas), son las praderas de Ruppia maritima o “gramilla”.

Esta es una Fanerógama o planta verdadera, es decir, una planta que produce flores. Las especies de fanerógamas marinas son muy escasas en el mundo y son especialmente protegidas por albergar organismos muy peculiares y que en el Perú aun no han sido estudiados. A diferencia de las fanerógamas terrestres, Ruppia vive totalmente sumergida y solo sus flores salen a la superficie por medio de un largo y delgado pedúnculo, para poder ser fecundadas por los insectos. En otros lugares, Ruppia es una planta que se encuentra en ambientes mixohalinos, es decir, lugares donde se mezcla el agua dulce con el agua de mar. Sin embargo, Paracas es el único lugar en el Perú donde es encontrada en un ambiente totalmente marino, sin influencia del agua dulce.

Ruppia crece sobre fondos arenosos con alto contenido de materia orgánica, a no más de 3 m de profundidad, y en ambientes de aguas totalmente calmas. Tenemos registradas dos praderas marinas: una frente al balneario de Paracas, en la bahía del mismo nombre, y otra en la bahía de Laguna Grande, siendo esta la más densa y extensa.

Las plantas crecen formando praderas densamente pobladas, casi impenetrables. La densidad es tal que, cuando baja la marea, el agua tiene que fluir a través de canales que se forman entre la pradera. Durante la marea alta, las plantas quedan totalmente sumergidas, sin alcanzar la superficie, siendo el mejor momento para poder nadar sobre ellas y observarlas. Su color es verde intenso y tienen forma de largas melenas mecidas lentamente por el vaivén del mar. La gran luminosidad que reciben ocasiona que el proceso de la fotosíntesis se haga tan evidente que es fácil de observar a simple vista las miles de burbujas de oxigeno que escapan de sus hojas hacia la superficie. En los canales libres de vegetación por los que discurre el agua, millares de jóvenes lisas (Mugil cephalus) nadan y se alimentan filtrando los microorganismos que crecen profusamente sobre las hojas y el fondo. Otros pequeños peces, como gobios, trambollitos y algunos otros poco conocidos escapan de nuestra vista, asustando a su paso a las pequeñas anémonas que viven en la arena. Pequeños agujeros, unos al lado de otros, se observan sobre la arena, indicando sutilmente que bajo el substrato se desarrollan bancos de conchas navaja (Tagelus dombeii) y conchas pata de mula (Trachycardium procerum).

Las praderas de Ruppia maritima son, sin lugar a dudas, el hábitat natural de especies que aun aguardan por ser conocidas, además de ser una gigantesca guardería donde los pequeños peces se refugian y alimentan, hasta alcanzar la madures para luego atreverse a salir a aguas más profundas y peligrosas.

En busca de las profundidades

Al flotar sobre la superficie del mar de Paracas difícilmente se puede evitar la tentación de sumergirse tras los rayos del sol que ingresan como espadas y se desvanecen con la profundidad.

Los primeros metros son el reino de la luz, donde los colores brillan atravesados por las serpenteantes luces difractadas desde la superficie. Las algas multicolores son el jardín de organismos que gustan de la luz y la abundancia de oxigeno.

Sobre las esponjosas ramas verde-oscuro del alga Codium sp., un hermoso caracol carente de concha (Phidiana lotinii) camina tranquilamente sin temor que su delicado y traslucido cuerpo pueda ser atacado, pues esta protegido por sus coloridas y urticantes branquias. Entre las algas filamentosas unos diminutos ojos nos observan. Al acercarnos desaparecen en un pequeño agujero y luego vuelven a asomar. Es tal vez la especie de pez más pequeña de Paracas, tan pequeña que ni siquiera los pescadores se percatan de él y no lo han bautizado con un nombre común y pintoresco, como suelen hacerlo con otros peces. El Protemblemaria bicirris apenas alcanza los 5 centímetros cuando es adulto y para protegerse vive permanentemente oculto dentro de pequeños agujeros. Desde ahí espera que su alimento planctónico pase delante de él y observa con frenesí el paso de alguna hembra vecina, cortejándola con pequeños saltos y movimientos en vaivén de la cabeza, con lo que la invita a colocar sus huevecillos dentro de su estrecho refugio. Otro pez con similares costumbres es el Emblemaria hudsoni que puede alcanzar los 10 cm de longitud. Es un hermoso pez, endémico del Perú, cuyo macho utiliza su peculiar colorido y sus largas aletas para danzar frente a la hembra de su preferencia y estimularla visualmente hasta lograr reproducirse con ella. Los huevos, al igual que la especie anterior, serán colocados dentro del agujero donde vive y serán cuidados por el macho hasta el momento que eclosionen y las diminutas larvas sean llevadas por la corriente hacia nuevos destinos.

Según nos profundizamos la luz se hace tenue y empiezan a desaparecer las algas. Las rocas ahora están cubiertas de choros (Aulacomia ater) y caracoles (Stramonita chocolata). En algunos rincones se amontonan los erizos negros (Tetrapigus níger) entre los que resaltan otros de intenso color rojo (Loxechinus albus) que curiosamente son llamados erizo verde, debido a que toman ese color al ser sacados del agua. Grandes porciones de rocas están vestidas de colonias de anémonas blancas e inmaculadas, apariencia engañosa ya que pueden ser peligrosas para quien las toca, por ser urticantes y quemar como fuego. Estas anémonas, a pesar de ser extraordinariamente abundantes, son una nueva especie para la ciencia, siendo comúnmente confundidas con otra especie muy parecida (Anthothoe chilensis). Más allá, sobre una roca, se hace visible un raro caracol sin concha o nudibranquio de un género no reportado en el Perú (Tritonia sp.) y que muy probablemente sea también una nueva especie. Otros raros invertebrados, como las esponjas marinas y los tunicados, empiezan a dominar y a llenar de color las rocas (En estudios realizados en Paracas, encontramos 11 especies de esponjas, 2 de las cuales son nuevas para la ciencia. Lo mismo ocurre con los tunicados que de 7 especies registradas, 3 son nuevas para la ciencia).

Al llegar a los 20 metros de profundidad, la luz es enteramente azul-verdosa, el oleaje de la superficie es imperceptible y solo nos acompaña el sonido de nuestras burbujas al respirar y el traquetear constante de los camarones pistolero (Synalpheus spinifrons) ocultos bajo las rocas. Un pulpo (Octopus mimus), misterioso y suspicaz, avanza entre las rocas en busca de un apetecido cangrejo, pero siempre vigilante, para no ser él la presa de un pez morena (Gymnothorax wieneri). Cardúmenes de cabinzas (Isacia conceptionis) nos rodean huyendo intempestivamente cuando veloces lobos marinos bajan desde la superficie. No sabemos si los lobos de mar están aquí para capturar peces o para mirar a los intrusos que, cargados de metal, luces y burbujas, nadan lentamente, mientras ellos fluyen como el agua misma, diluyéndose y condensándose, encogiéndose y alargándose en los verde y azules, en las luces y las penumbras.

Al sobrepasar los 35 metros de profundidad nuestro tiempo de permanencia bajo el mar se agota, pero los secretos submarinos de Paracas continúan apareciendo ante nuestros ojos. Debajo de una saliente rocosa, unas pequeñas ramas intensamente rojas atraen la atención instantáneamente. Es una nueva especie de abanico de mar (Gorgoniidae) que Paracas ocultaba a 40 m de profundidad, una más de las tantas especies que aún aguardan por ser descubiertas.

Desde la oscuridad de las cuevas, formadas entre grandes rocas cubiertas de esponjas anaranjadas, los enormes ojos de los peces ojo de uva (Hemilutjanus macrophthalmos) nos miran impacientes, mientras nuestros ojos miran hacia abajo las profundidades inalcanzables. Ahora, una vez más, se hace evidente nuestra limitada capacidad humana para invadir este mundo paralelo.

Las últimas burbujas de la prudencia escapan presurosas hacia la superficie y tras ellas vamos, de vuelta a nuestro mundo polvoriento. Paracas nos sorprende una vez más y abre su cajón de secretos, a veces tan poco apreciados, a veces tan maltratados. Pensar que muchos humanos viven esperando morir para ver el paraíso, cuando lo tenemos aquí y en tantos lugares. Poco quedará si continuamos cerrando los ojos y nos empecinamos en nuestra insaciable demencia de seguir destruyendo el mundo en que vivimos.

El refugio profanado:

En los años 1997-1998 el fenómeno de El Niño azotó el Perú. Bajo el agua el efecto fue intenso, alterando totalmente el ecosistema costero del centro y sur del país. Con la llegada de El Niño, la anchoveta, uno de los peces más abundantes del mundo, migró, se dispersó o murió, paralizándose la pesquería industrial de este recurso por cerca de 2 años. Con esto, las fabricas de harina de pescado existentes en la bahía de Paracas dejaron de funcionar y, por tanto, de verter sus residuos en la bahía.

En 1999, días antes de reiniciarse la pesca industrial de anchoveta, realizamos una evaluación submarina de la bahía. Lo encontrado fue sorprendente: las conchas de abanico se desarrollaban en los fondos arenosos a lo largo de casi todo el litoral entre Pisco y el balneario de Paracas. Bancos de pequeños mitílidos o “choritos” proveían de alimento a grandes cantidades de caracoles; sobre las rocas prosperaban las praderas de algas “yuyo” o “mococho”; en la arena atrapada entre las rocas, abundaban las almejas; miles de peces como las lisas, chitillas, trambollos, pintadillas se alimentaban ávidamente de los organismos que se desarrollaban sobre el fondo; decenas, tal vez cientos de los más pobres pescadores artesanales, pescaban con atarrayas o recogían mariscos y algas empleando equipos de buceo de los más rústicos que se han visto. Un anciano que rebuscaba entre las rocas, con el agua hasta las rodillas, comentaba: “…cuando era muchacho en la bahía sobraba la comida, no se tenia ni que bucear, solo te agachabas y llevabas tus mariscos para el almuerzo…ahora a aparecido un poquito…ya van a empezar otra vez las fabricas, todo se morirá”. Efectivamente, una semana después las playas estaban llenas de peces moribundos. Sobre el fondo todo se asfixiaba en un agua llena de aceite y sanguaza.

Se dice que estas fábricas están fuera de la Reserva de Paracas, como si una línea dibujada sobre el papel pudiese detener la contaminación. Más allá un puerto, donde buques transoceánicos llevan y traen mercancía, dejando tras de si manchas de petróleo de esas que siempre “escapan” al cargar combustible. Una nueva y enorme planta de gas es instalada en medio de la bahía, a poca distancia de la Reserva y, como si fuera poco, dos grandes hoteles serán construidos sobre el área “intangible” de la zona de amortiguamiento de la Reserva, la cual, además, ya empezó a ser colonizada por elegantes condominios.

Los pescadores no se quedan atrás, y “pescan” con explosivos y redes de encierro prohibidas, no respetan las vedas y colectan mariscos más pequeños que lo permitido, “antes que otro se lo lleve”, dicen. Los guardaparque, heroicos como siempre, caminan diariamente las candentes colinas y playas, haciendo lo humanamente posible para resguardar a Paracas de esos letales personajes, pero no cuentan con el apoyo suficiente, ni con una legislación que permita capturar y apresar a los infractores.

La Reserva Nacional de Paracas, además de ser un gigantesco muestrario de la riqueza del gran Ecosistema Humboldt, es el lugar en que se ha dado pie a las más grandes pasiones entre los que creen que la vida natural es una herencia para el futuro y aquellos que la toman para obtener beneficios inmediatos y efímeros, sin importar lo que venga luego.

A pesar de todo, Paracas subsiste, maravillosa y esplendida, por ser una de las áreas más productivas del mundo y por esconder, a orillas de sus bellos desiertos y bajo su intensa superficie marina, un mundo subacuático diverso y abundante, poco conocido…casi secreto.


1 comentario:

juan luis dijo...

hola yuri, fui a paracas en agosto, no iba hace casi un año...no quiero ser dramático pero están matando paracas, eso inmensos hoteles están por terminarse, si no los han terminado ya... es una lástima, el paisaje del desierto sigue siendo increíble... y el submarino que expones aquí lo conmpleta, ¿qué puedo hacer?

Juan Luis

pd: tus fotos se han convertido en algunos cuadros...ya los verás.